En el comienzo fue el verbo. Esto quiere decir que todo
podía hacerse, y de hecho todo se hacía: palpitar, soplar, matar, presentir,
tronar. Pero, al existir sólo el verbo, las acciones se ejecutaban por sí
mismas, sin nadie que disfrutara de llevarlas a cabo, y sin afectar a ninguna cosa.Entonces, como toda ausencia genera una creación, los
verbos inventaron a los sustantivos. Ahí fue que el Universo se pobló de seres que
palpitaban, mataban (o eran palpitados, presentidos, soplados, tronados).Al ser creados los sustantivos apareció la guerra, razón
final de todas las cosas, motor de la luz y de la oscuridad. Todos los
sustantivos, naturalmente, pretendían ser sujetos. Ninguno aceptaba
ser predicado por los demás.
La primera gran guerra aniquiló y revolvió el
Universo varias veces, hasta que por fin surgió el ganador, que fue Dios.
Segundo salió el hombre. Y después, muy lejos, los demás sustantivos.Si hubiera ganado el hombre, tal vez, él mismo se habría
ocupado de crear a su compañera. Pero lo cierto es que el vencedor impuso sus
propias condiciones: le adosó una mujer a cada hombre, y una femenina a cada
masculino, con lo cual sentó las bases para la segunda conflagración universal:
la guerra de los géneros, también llamada querella del yin y el yang. (La
primera gran guerra había dejado un cúmulo de rencores, pero nadie se había
atrevido a protestar salvo la serpiente, que por algún motivo se consideraba
femenina desde siempre. Dios se enfureció y la mandó a arrastrarse por el
barro. También la mujer, sustantivo de segunda generación, desató con sus
chillidos la ira de Dios, que la mandó a parir. Y al hombre, de paso, lo
condenó a trabajar por siempre. “Arrastrarse”, “parir” y “trabajar” eran verbos
que ya existían, pero nada ni nadie los había ejecutado nunca.La segunda gran conflagración resultó aún más
devastadora: lo masculino y lo femenino se enfrentaron durante una eternidad
completa. Algunos y algunas intentaron calmar las cosas creando los adjetivos,
y permitiendo así que una manzana pudiera ser deliciosa o tentadora, que un
león fuera asesino o cariñoso, y lo mismo con todo lo demás. Moderando o
equilibrando lo que fuera. La situación hubiera mejorado, a no ser porque Dios
y Diosa no aceptaron adjetivos, y siguieron enfrentados hasta destruirse por
completo, arrastrando con ellos al Universo entero.Como ya es sabido, cuando todo desapareció fue otra vez
el verbo, y así sucesivamente, hasta el infinito. Claro que faltaba aún lo peor: la gran batalla
de los adverbios, la de los tiempos verbales, la refundación de las conjunciones,
la segunda conflagración de los géneros en el interior de cada ser, y tantas
otras catástrofes que no me animo siquiera a imaginar.No diré más. Conservo aún una esperanza íntima: alcanzar
por fin el silencio (sin que “alcanzar” sea un verbo, ni “silencio” un
sustantivo, y aceptando que “por fin” es lo mismo que “en el comienzo”).
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