miércoles, 16 de mayo de 2012

El silencio


En el comienzo fue el verbo. Esto quiere decir que todo podía hacerse, y de hecho todo se hacía: palpitar, soplar, matar, presentir, tronar. Pero, al existir sólo el verbo, las acciones se ejecutaban por sí mismas, sin nadie que disfrutara de llevarlas a cabo, y sin afectar a ninguna cosa.Entonces, como toda ausencia genera una creación, los verbos inventaron a los sustantivos. Ahí fue que el Universo se pobló de seres que palpitaban, mataban (o eran palpitados, presentidos, soplados, tronados).Al ser creados los sustantivos apareció la guerra, razón final de todas las cosas, motor de la luz y de la oscuridad. Todos los sustantivos, naturalmente, pretendían ser sujetos. Ninguno aceptaba ser predicado por los demás. 
La primera gran guerra aniquiló y revolvió el Universo varias veces, hasta que por fin surgió el ganador, que fue Dios. Segundo salió el hombre. Y después, muy lejos, los demás sustantivos.Si hubiera ganado el hombre, tal vez, él mismo se habría ocupado de crear a su compañera. Pero lo cierto es que el vencedor impuso sus propias condiciones: le adosó una mujer a cada hombre, y una femenina a cada masculino, con lo cual sentó las bases para la segunda conflagración universal: la guerra de los géneros, también llamada querella del yin y el yang. (La primera gran guerra había dejado un cúmulo de rencores, pero nadie se había atrevido a protestar salvo la serpiente, que por algún motivo se consideraba femenina desde siempre. Dios se enfureció y la mandó a arrastrarse por el barro. También la mujer, sustantivo de segunda generación, desató con sus chillidos la ira de Dios, que la mandó a parir. Y al hombre, de paso, lo condenó a trabajar por siempre. “Arrastrarse”, “parir” y “trabajar” eran verbos que ya existían, pero nada ni nadie los había ejecutado nunca.La segunda gran conflagración resultó aún más devastadora: lo masculino y lo femenino se enfrentaron durante una eternidad completa. Algunos y algunas intentaron calmar las cosas creando los adjetivos, y permitiendo así que una manzana pudiera ser deliciosa o tentadora, que un león fuera asesino o cariñoso, y lo mismo con todo lo demás. Moderando o equilibrando lo que fuera. La situación hubiera mejorado, a no ser porque Dios y Diosa no aceptaron adjetivos, y siguieron enfrentados hasta destruirse por completo, arrastrando con ellos al Universo entero.Como ya es sabido, cuando todo desapareció fue otra vez el verbo, y así sucesivamente, hasta el infinito. Claro que faltaba aún lo peor: la gran batalla de los adverbios, la de los tiempos verbales, la refundación de las conjunciones, la segunda conflagración de los géneros en el interior de cada ser, y tantas otras catástrofes que no me animo siquiera a imaginar.No diré más. Conservo aún una esperanza íntima: alcanzar por fin el silencio (sin que “alcanzar” sea un verbo, ni “silencio” un sustantivo, y aceptando que “por fin” es lo mismo que “en el comienzo”). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario