martes, 8 de mayo de 2012

Barcas

Otra vez el balanceo, como cada noche. En lo más oscuro y callado del sueño, ahí está la misma sensación: el mecerse al ritmo de las olas, un suave cacheteo sobre la barca, el viento marino abriendo el aire en los pulmones.
Antes de oír una vez más los primeros cantos de sirena, pudo tantear los laderos de la cama, las sábanas arrugadas, la manta, el colchón, su ropa revuelta en el piso. Aliviado, se dio la vuelta y siguió durmiendo.
Sabía muy bien que lo peor, en estos casos, es abrir los ojos: uno puede despertarse amarrado a la baranda o al timón, mareado por la furia del temporal, o bien rodeado de infinitas barcas de pesadilla. Y también, según dicen, la barca podría desvanecerse ante la menor presencia de un mar, o transformarse en un caldero en el que se puede arder para siempre.

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