lunes, 7 de enero de 2013

Direcciones


La Estación Central queda, como es natural, justo en el centro de la ciudad. Desde allí uno puede escoger el destino que quiera para sus viajes, si tiene la paciencia y la habilidad de encontrar el punto de embarque. Por ejemplo: puede tomar un tren hacia el sur, que sale ya cargado de mochileros, mantas araucanas y grandes cantidades de polvo del camino. O tomar un tren hacia el norte, repleto de indiecitas taciturnas, gallinas y coplas al viento.

Hay también servicios de lujo, como ese crucero que promete recorrer los mares del deseo y la alegría, a bordo de una ciudad flotante que repite calle a calle y beso a beso los designios de la ciudad de afuera.
O, para los más humildes, alquiler de bicicletas que se pagan sólo en caso de que el cliente encuentre un día la felicidad.
Para las que se enamoran de su prójimo, hay viajes iniciáticos que incluyen indignaciones, asombros y encuentros casuales con hermosos revolucionarios justo en medio del monte. Y para los que aman lo natural, sendas arboladas que llegan al otro extremo del planeta.

En las terrazas, miles de aviones parten hacia otros cielos, y se ofrecen naves del futuro para los viajeros de largo aliento. Allí pueden encontrarse los mejores bares, las mujeres más hermosas y los menjunjes más repugnantes.

En algún sitio de la Estación, que me parece que no es siempre el mismo pero que queda también para el lado de arriba, existe un servicio de viajes espirituales para quienes buscan elevarse y alivianarse en vida. Desde allí puede uno dejarse llevar hacia alturas inconcebibles, de la mano de los mejores poetas. Y hay además, por debajo del quinto subsuelo, un servicio para quienes prefieren dejarse hundir en los abismos más siniestros, de la mano de los mejores poetas.

Para los amantes de historias viajeras, existe una oficina de transbordos literarios, que une la Estación central con la estación veraniega, y de allí a la vera de la lengua, que alcanza la estancia en el centro de las ansias y la transita mas no la niega.

Los viajes interiores corren por cuenta de cada quien, siempre y cuando se esté en condiciones de encontrar los rumbos para entrarse y salirse.

El hall central está atiborrado de viajeros en busca de sus trasportes, de sus centros o tal vez de quien los ayude a tomar las decisiones correctas. No es para menos: se parte de allí en todas las direcciones, a la derecha y a la izquierda, al frente y al contra-frente, al futuro y la retaguardia, al heroísmo y la nostalgia. Hay quienes viajan en busca de amores perdidos, quienes lo hacen solo por moverse un poco, quienes no paran de viajar de destino en destino. La mayoría de los viajeros, a decir verdad, se demoran una eternidad en los laberintos de la terminal, paralizados por la infinitud de destinos que la misma ofrece.

Incluso, por lo que sé, hay un servicio que lleva directo a la muerte, en un viaje inmóvil, opaco y silencioso, aunque por razones de decoro nunca se anuncia su partida.





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