jueves, 19 de julio de 2018

Extraña muerte



En este pueblo nunca pasa nada”, dice nuestra gente. Pero los sucesos de ayer en la calle Calderón parecen desmentirlo. Como buen periodista, Carlos Demichelis se hizo presente a las once y dieciocho de la mañana en el lugar de los hechos. Su jefe en “La Voz Intransigente” le había encomendado una crónica, pero lo único que sabía era que un joven había muerto al caer desde la altura. Demichelis miró a su alrededor, en busca de manchas de sangre, pero no vio nada. Sacó entonces su libreta de apuntes y decidió, a priori, que el título tendría que ser: “Extraña muerte en la vereda”. Tenía exactamente cuarenta y dos minutos para enterarse de lo sucedido, entrevistar a testigos y curiosos, tomar algunas notas, correr de nuevo a la redacción, escribir al menos una página y alcanzársela a su jefe. Al mediodía todo habría terminado, y Demichelis podría regresar al sopor dominguero de su departamento de soltero.

Buscó al encargado (a quien conocía de vista) y supo por él que un joven se había caído cuando intentaba escalar, con ayuda de una soga, por la pared del frente. Demichelis alzó la vista y creyó ver, a la altura del cuarto o quinto piso, una sombra ondulante, un destello fugaz, un aleteo que bien podía ser una soga. Un rato después (serían las once y veinticinco), mientras la vereda se iba poblando de vecinos en pijama, una señora entrada en carnes aportó otra versión de los hechos. Según ella, los “estudiantes” (así los llamó, con desdén) habían tenido una noche de juerga con unasloquitas” (Demichelis anotó la palabra), bebieron o se drogaron de más y bueno, ya se sabe: uno salió por la ventana. La historia sonaba bien, pero cuando Demichelis hizo las preguntas de rigor (¿por qué?, ¿usted lo conocía?, ¿cómo fue?) la señora se secó la frente, buscó complicidad entre las vecinas y repitió indignada su relato, palabra por palabra. Demichelis quería volverse ya para el diario, pero una viejita del edificio lo tomó del brazo y le susurró: “a eso de las seis oyó un batifondo en el cuarto piso, como si arrastraran muebles. Con mi marido pensamos que sería una mudanza”. Demichelis asintió con la cabeza y miró su libreta, pero no escribió nada. Le pareció más práctico ir armando la crónica mentalmente: 

En este pueblo nunca pasa nada, dice nuestra gente. Pero anoche, en la calle Calderón, unos estudiantes aburridos organizaron una fiesta con amigas (“chicas de la vida”, según los vecinos). Hubo música a todo volumen, gritos y sustancias ilícitas. Todo terminó en una gresca de dimensiones y (en circunstancias que se pretenden esclarecer) uno de ellos salió volando por la ventana y terminó destrozado en la vereda.” 

Demichelis no había hablado con la Policía ni había visto el cadáver, pero la historia tenía ya los ingredientes necesarios para ser un éxito, aunque faltara resolver ciertas cuestiones menores. “¿Y la soga?”, habrá pensado en ese momento. No quiso mirar hacia lo alto por miedo a arruinar la crónica, pero notó algo así como un chasquido contra el muro, una sombra fugaz (aunque bien pudo haber sido también un pájaro, una sábana, un cable de teléfono).

Ahí está la soga. ¿No la ven? —dijo una voz rasposa, como si le respondiera—. En este pueblo ya no se puede vivir. ¿Ustedes son periodistas? ¡Digan la verdad entonces! —La voz aguardentosa, desagradable, aportó una nueva versión de los hechos: un ladrón se había descolgado desde la terraza, pero los muchachos del cuarto piso lo vieron y se defendieron. (Demichelis apuntó la palabra “muchachos”). 

—Uno cayó al piso, justo acá —concluyó el hombre, tosió, escupió hacia un costado y desapareció del lugar. Demichelis, un muchacho simple pero inteligente, debió haber comprendido que las distintas versiones eran tal vez compatibles. Un ladrón que quiso robar a unos estudiantes, que estaban de fiesta con unas loquitas. Sería así: 

Aprovechando la oscuridad de la noche un amigo de lo ajeno intentó ingresar al edificio de la calle Calderón, según la modalidad conocida como de hombre araña…”. Luego continuaría más o menos igual, pero agregando la lucha del joven en legítima defensa y su caída trágica al vacío. Porque era absurdo pensar que el hombre araña era quien había caído desde la altura. Era obvio que había sido el estudiante (borracho o drogado). El grupo de vecinos se agitaba aportando detalles, rellenando los vacíos con afirmaciones temerarias:

—A las seis y media se escuchó como una explosión. —dijo uno— Y después: nada más.

¿Cómo que una explosión? Ya era bastante con sogas, muchachas de la vida, hombres araña. Demichelis miró el reloj, pero sabemos que mantuvo la calma. “Después de todo, (habrá pensado) si me sobra algo no lo uso y listo. El título está bien, “Extraña muerte en la vereda”. Pongo lo de la fiesta, sugiero lo de las chicas. En vez de “estudiante” mejor es “supuestamente estudiante”. Después algo sobre la inseguridad en este pueblo que antes era muy tranquilo, los rumores sobre ruidos, gritos, explosiones…”.

Esto, palabras más o palabras menos, es lo que habrá pensado Carlos Demichelis mientras la hora del cierre se le venía encima. Por lo menos, eso se deduce del análisis de sus apuntes que yo mismo he realizado hoy. Lo cierto es que, tal vez por inexperiencia, el joven colega nunca llegó a terminar su crónica, tarea que asume en estas páginas nuestro prestigioso periódico “El Imparcial”, decano de la prensa local, siempre junto a la verdad.  

Está absolutamente probado que, en ese instante fatal, Demichelis tomó una insensata decisión, llevó al exceso su curiosidad, pretendió arrojar como un lastre la lógica periodística y se dejó arrastrar por un impulso, un pálpito, una iluminación. Podemos imaginarlo subiendo agitado por la escalera hasta el cuarto piso, golpeando la puerta del departamento (algunas versiones afirman que la abrió de una patada), ingresando para observar de cerca el lugar del hecho, conocer a los protagonistas y por último llenar ciertos vacíos que, de cualquier modo, no resultaban esenciales. ¿Qué importaba saber si había o no había chicas de vida ligera, si los estudiantes estaban borrachos, si había rastros de pelea? Si de verdad estaba la soga, Demichelis habrá intentado comprobar las posibilidades del evento, tirando del nudo con energía, tal vez dejándose balancear por los aires como un “hombre araña”. Y si no había ninguna soga, es evidente que decidió inspeccionar los pestillos de las ventanas, asomarse al vacío, medir distancias y verificar trayectorias. 

Lo cierto es que, justo al mediodía, ya cualquiera podía ver, horriblemente aplastado en la vereda, el cuerpo del delito. El cuerpo ensangrentado, todavía caliente, de Carlos Demichelis, de 25 años, vecino de la localidad, domiciliado en la calle Calderón, estudiante de periodismo. Los funcionarios policiales, en un alarde de eficiencia, acudieron de inmediato, alertados por la explosión. Los médicos del Hospital dijeron que nada podían hacer ellos por ese muchacho, porque estaba muerto. Ahora todos dicen que era un buen chico, un vecino más.

Al cierre de esta edición, solo quedan por esclarecer unos pocos datos menores, tales como ciertas imprecisiones sobre los horarios en que los hechos habrían acontecido. Hoy, a pesar del dolor que enluta a nuestra comunidad, asumimos nuestra sagrada obligación periodística: “El Imparcial”, como siempre, es el primer y único medio en informar la verdad que usted se merece.

Por razones de decoro, no se publica aquí la foto del cadáver. 






1 comentario:

  1. Maravilloso, me hizo acordar a construcción de Chico Buarque.
    https://www.youtube.com/watch?v=T1SwPzhqSsg

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