lunes, 30 de abril de 2012

Lo barato sale caro

Lo que me pasó no fue por amarrete. Se trataba del casamiento de mi única hija, la luz de mis ojos y razón de mi existir, así que no discutí los precios del lujoso salón, el vestido, el auto descapotable para el traslado, la luna de miel, los salados, los dulces, los vinos… Pero que el fotógrafo me quisiera cobrar diez pesos más en concepto de seguro me pareció un abuso. ¿Quién podía imaginarse en ese momento que el muy imbécil, después de sacar las quinientas fotos encargadas, iba a llegar tan cansado a su casa como para quedarse dormido en el sofá, dejando que su pequeño hijo apretara quinientas veces el botón de borrar, borrar, borrar, borrar, borrar, borrar... El cura se negó a casarlos nuevamente, pero como con plata todo se arregla, contraté a un actor de renombre para desempeñar su papel, y alquilé un set de filmación donde se reconstruyó la iglesia. Y como, además, varios invitados se negaron a asistir gratis a una segunda ceremonia, ofrecí honorarios para todos. Por último, y para no dejar ningún detalle librado al azar, contraté a un feroz matón y le dicté instrucciones precisas: vigilar al fotógrafo durante la ceremonia, escarmentar a su descuidada esposa y machucar con un martillo los deditos del niño meterete, a los efectos de enseñarle el valor de las cosas. Esta vez todo resultó un éxito. Las fotos quedaron preciosas.

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